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Enrico el Matamoros : Escrito por Akbal Kan

By Kan, Akbal

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Book Id: WPLBN0003466800
Format Type: PDF eBook:
File Size: 1.50 MB
Reproduction Date: 10/31/2010

Title: Enrico el Matamoros : Escrito por Akbal Kan  
Author: Kan, Akbal
Volume:
Language: Spanish
Subject: Non Fiction, Political Science, Novela Picaresca
Collections: Authors Community, Humor and Satire
Historic
Publication Date:
2010
Publisher: Self-published
Member Page: Valentino -

Citation

APA MLA Chicago

Kan, B. A. (2010). Enrico el Matamoros : Escrito por Akbal Kan. Retrieved from http://www.gutenberg.us/


Description
La historia de Enrico, el Matamoros, escrita de manera anónima por un tal Akbal Kan, forzado seudónimo en lengua maya de un conocido autor de letras hispanas, es, sin ningún margen de duda, la expresión literaria del descontento y la miseria que vive en conjunto el Pueblo de Honduras. En respuesta a tales desmanes, aparece esta pequeña pero divertida obra, que emplea el humor de las antiguas chanzas castellanas, aunque no su estilo, para ridiculizar, como en aquellos tiempos, a la nobleza, la Iglesia y, a los pérfidos enemigos de ese entonces, los moros, y que puede apreciarse en obras tales como “El lazarillo de Tormes”, del que a propósito tomaré la siguiente sentencia y que muestra el verdadero propósito de este librito: «Y todo va desta manera: que confesando yo no ser más santo que mis vecinos, desta nonada, que en este grosero estilo escribo, no me pesará que hayan parte y se huelguen con ello todos los que en ella algún gusto hallaren, y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades». Y como el mismo Akbal Kan pudo bien haberles recomendado: «Gócenla, que esta cosa es toda suya».

Summary
La historia de Enrico, el Matamoros, escrita de manera anónima por un tal Akbal Kan, forzado seudónimo en lengua maya de un conocido autor de letras hispanas, es, sin ningún margen de duda, la expresión literaria del descontento y la miseria que vive en conjunto el Pueblo de Honduras. En respuesta a tales desmanes, aparece esta pequeña pero divertida obra, que emplea el humor de las antiguas chanzas castellanas, aunque no su estilo, para ridiculizar, como en aquellos tiempos, a la nobleza, la Iglesia y, a los pérfidos enemigos de ese entonces, los moros, y que puede apreciarse en obras tales como “El lazarillo de Tormes”, del que a propósito tomaré la siguiente sentencia y que muestra el verdadero propósito de este librito: «Y todo va desta manera: que confesando yo no ser más santo que mis vecinos, desta nonada, que en este grosero estilo escribo, no me pesará que hayan parte y se huelguen con ello todos los que en ella algún gusto hallaren, y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades». Y como el mismo Akbal Kan pudo bien haberles recomendado: «Gócenla, que esta cosa es toda suya».

Excerpt
Don Ibrahim, que se había apartado ya de la religión de sus padres y en cambio adoptado el cristianismo, llevó a casa a un pastor evangélico, “un apóstol” que era popular por aparecer en un espacio televisivo, para que viera a su desdichada y aquejada consorte. No obstante, con las visitas del apóstol el semblante de doña Mina, en vez de mejorar, empeoraba. No eran efectivos ya las tocaduras de los “mantos sagrados de Belén”, el beber de las “aguas traídas exclusivamente del río Jordán”, como tampoco los ayunos en masa que el apóstol acostumbraba a hacer junto a su séquito de servidores. –Hay que exorcizarla –le dijo el apóstol Ardemal a don Jarach. La llevaron, pues, a la inmensa sala que daba al patio y comenzaron con el conjuro, sentándola en un sillón. Antes había pedido el santo prelado la ayuda de sus amigas más cercanas para sujetarla y evitar que levitara. Todas, y doña Genoveva fue la primera, habían llegado, salvo Dalila, que arribaría más tarde. Dio rienda suelta el pastor a su conjuro, al que, para hacer la ocasión más dramática entre aquellas tan distinguidas personalidades, añadía locuciones en hebreo: –En el nombre de Melekh jaMashíax, oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, Ben del Satán, enemigo de Todatzedeq, sal de este Agmat Nefesh! Las gentes, por supuesto, creían que hablaba el santo en lengua de ángeles. Pero ni esto lograba revitalizar a doña Mina, ni siquiera las manoseos más allá de lo púdico que él apóstol, en las narices del marido, le prodigaba. No fue sino hasta que, viendo por el resquicio de la ventana la llegada del apuesto Enrico junto a doña Dalila, nuestra amable señora Mina, flotando casi en el aire y soltando un muy sos-pechoso vahído, más bien un grito lindante al paroxismo raramente acompañado por la emisión de un líquido incoloro por en medio de las piernas carnosas, pudo volver a este mundo de píos y de buenas gentes. Cayó satisfecha en el sillón de exorcismo, con una sonrisa leve y llena de amor. –El demonio ha salido –exclamó el apóstol–. ¡Loado sea el Señor! Doña Dalila, adelantada en estas artes oscuras más propias del sexo femenino y conocedo-ra de la dolencia de su querida amiga, rió para sus adentros y declamó casi irónicamente uno de los versos de Juan Boscán, que muy bien había aprendido por las tardes en los muslos de Enrico: Amor a cosas altas nos levanta y en ellas, levantadas nos sostiene Amor las almas de dulzura tanta Nos hinche que con ellas nos mantiene Amor, cuando a su son nos tañe y canta Transportados en sí nos manda y tiene Amor gobierna todo lo criado Con el orden por él al mundo dado. A lo que doña Mina, volviendo a su estado de amargura, contestó: Estrellas hay que saben mi cuidado y que se han regalado con mi pena; que, entre tanta beldad la más ajena de amor tiene su pecho enamorado. El enmorrillado de Don Ibrahim, que de tonto sólo tenía la cara, al escuchar aquello, pronto se dio cuenta de las desgracias de su mujer y, al ver en Enrico a un ser más que agraciado y por ende superior, sacó un arma que tenía fajada en el cinto y le apuntó. El otro, que no sabía más que de los favores que le había hecho a doña Dalila, y como si aquellos cantos de mujeres lo hubiesen embrujado, empezó a correr en zigzag mientras recitaba el siguiente verso: Cogióme a tu puerta el toro, linda casada, no dijiste.–Dios te valga. El novillo de tu boda a tu puerta me cogió; de la vuelta que me dio se rió la aldea toda, y tú grave y burladora, linda casada, no dijiste.–¡Dios te valga! Y así, nuestro amado Enrico, a pesar de haber sacado el demonio a una mujer y ahora lidiándose con chicuelinas y capotazos por entre los objetos de la sala y el comedor, era nueva-mente expulsado de la sociedad a la que él nada había mal hecho, por lo menos no consciente-mente ni por voluntad propia, en sus ojos de un casi niño. Sin embargo, las cosas así como bajan suben, así como puyan mugen, a Enrico le esperaría otra grata e inesperada sorpresa.

 
 



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